lunes, 21 de marzo de 2022

Componer ergo escribir - Presentado Congreso ACoMus 2022


 

Componer ergo escribir

 Apología de la escritura de -y para- musicoterapeutas

 

Lic. Javier Torres

 

I Congreso de Musicoterapia en Córdoba 2022

Paisajes de la Musicoterapia Argentina

Mesa de Autores - 20 de Marzo de 2022

 

 

Los espacios de transmisión, escucha y debate se crean, no existen per-se. Gracias ACoMus por generar este Congreso, y gracias también por invitarme como una de las voces parlantes de este gran abanico que es la Musicoterapia.

Esta gesta no es labor sencilla, y tiene nombres propios, que por un fin superior se invisibilizan tras el marco de la Asociación. Vaya para cada uno de ellos mi humilde reconocimiento y agradecimiento.

 

 

 

► Advertencia: forzaré términos, casi seguramente, quizá tanto como para que encajen a presión; pero, bueno, el fin bien lo vale.

 

 

Componer

 

 … para un compositor el componer equivale a realizar una función natural. Es como comer o dormir.

Aaron Copland (1994, p. 36)

 

 

Los musicoterapeutas, en un su mayoría, encausamos el ingreso a la Carrera a consecuencia de algún tipo de relación particular con la música, desde un rol de ejecutante o intérprete: músicos profesionales, pedagogos musicales, estudiantes de algún instrumento o canto, etc. Aquellos que arriban a la Facultad sólo por un interés que no implica la ejecución (digamos, melómanos), en algún momento del recorrido, se ven forzados a iniciarse en el estudio de algún instrumento o del canto para alcanzar a atravesar asignaturas del programa de estudio. En la actualidad, poseer y poder demostrar ciertos conocimientos musicales técnicos es requisito, evaluable en los momentos preliminares al inicio de la Carrera, por la casa de estudios.

Entonces, los musicoterapeutas somos, primero, músicos. No es mayor novedad. Esto también lo señala el significante Musicoterapia: primero música, luego terapia. (¿Podría haber surgido o emplearse invertido el orden de los términos?) En los albores de la elección del camino profesional, se parte de la propia relación con la música para luego, de acuerdo a la posición o lectura de cada quién, buscar algo más, un plus; que ella se sostenga en un enlace novedoso con los otros quizá, otros que suponemos en una posición de padecimiento.

En tanto músicos -no musicoterapeutas- la actividad de componer música suele ser algo bastante habitual, lo hagamos más o menos conscientemente. Improvisar ingresa en esta línea, si se quiere como composición inmediata y evanescente -carácter por demás susceptible de ser adscripto a cierto aspecto de la música en general-. Puede componerse de modo complejo o simple, con más o menos elementos, bajo una forma prefijada o no, para uno o varios instrumentos, etc. Más allá de ello, si la pretensión es que aquella obra continúe en su existencia, trascienda el grácil instante, aunque indefectiblemente cercenada, estamos compelidos a llevar a cabo algún tipo de registro: una grabación; memorizando; o de modo escrito, bajo algún tipo de notación musical más o menos sofisticada. (Luego, quizá podamos ver que los primeros desembocan, finalmente, en el campo de la Musicoterapia, en la escritura).

Ninguna de esas tres formas representa la obra musical cabalmente, mas al menos permiten atrapar algo de ella, dejando un margen, un resto. La lectura estará a cargo del ejecutante y del oyente, ambos intérpretes. De lo musical podemos efectuar una transcripción: “… operación de regulación de lo escrito que toma apoyo en el sonido y no en el sentido …” (Barberis, 2010, p. 21). Otras operaciones, como la traducción y la trasliteración, quedan excluidas. Puede lo musical, entonces, pasar a la escritura en tanto en ella se buscará plasmar las relaciones entre los elementos intervinientes. ¿No es acaso ello una estructura? Sí, es una vía posible para pensar lo simbólico respecto a lo musical. 

Ofertar sentido, punto elidido por el campo musical en sí, y elidido por la notación o registro de aquel, queda a cargo de quien haga las veces de intérprete.  

Pero retornemos, nuevamente, a la composición.

 

Un recorrido en la composición:

 

Respecto a la composición musical, Copland (1994, pp. 36-46) señala un recorrido bastante común a la mayoría de los compositores:

1.   Inicia desde una idea musical, un motivo podríamos llamarlo, más o menos complejo o acabado.

2.   Continúa debiendo el compositor discernir la naturaleza expresiva de esa idea, el llamado“… significado emocional de su tema.” (p. 39)

3.   Posteriormente elegirá qué medio sonoro le conviene más a su intención.

4.   Luego precisa hallar otras ideas, otros temas, que se sitúen en una relación de analogía o contraste con la idea principal.

5.   Por último, y con un carácter destacado por el autor, el compositor debe establecer puentes entre las ideas, establecer soldaduras que tornen al material un todo coherente: lo que posibilita la percepción de “… la grande ligne …” (p. 45) por parte del oyente.

 

¿No hay aquí, en ese camino sugerido, puntos colindantes a la escritura en Musicoterapia? ¿Será acaso que no se encuentra ella tan lejana de aquello que nos resulta habitual como músicos, el componer? Prosigamos.

 

 

Escribir

 

“Pero, por el hecho de que muera una mosca, no decimos nada, no damos constancia, nada. Ahora está escrito.”

Marguerite Duras (1994, p. 43)

 

 

Dice Marguerite Duras: “Creo que la persona que escribe no tiene idea respecto al libro, que tiene las manos vacías, la cabeza vacía, y que, de esa escritura del libro, sólo conoce la escritura seca y desnuda, sin futuro, sin eco, lejana, con sus reglas de oro, elementales: la ortografía, el sentido.” (p. 22) ¿Qué consecuencias pueden extraerse de esto?

¿Parte la escritura, así como la plantea esta autora, de una suerte de vacío, de nada? Insiste: “La escritura es lo desconocido. Antes de escribir no sabemos nada de lo que vamos a escribir. Y con total lucidez.”(p. 55). Pero, ¿es calcada la escritura que ella sugiere respecto a la nuestra en tanto musicoterapeutas?

Entiendo que no. La escritura que plantea parte de una suerte de vacío estructural que en su caso se pone en escena como una suerte de elección forzada: o muerte o libro; o alcohol o libro; tal cual ella lo nombra. No es nuestro caso. Sí podemos bocetar que nuestra escritura parte de una invocación: por pedido formal de un Otro (llámese obra social, institución, colega, supervisor, etc.) o vía la emergencia de una pregunta en el seno de nuestra labor: el interrogante se detiene frente a nosotros y nos seduce, en su misterio, que no pocas veces se viste de angustia.

La primer invocación, la que surge como una especie de obligación burocrática, en un momento u otro debemos acatarla para proseguir, deshaciéndonos así de ella, al menos temporalmente. Podemos tratarla como un mero formalismo, e intentar responder a esta demanda del modo más sencillo posible, sin comprometernos, con lo cual apunto a: no hacernos preguntas. Siguiendo a Duras, sería la mosca que muere, no miramos allí, lo pasamos por alto; recogemos de algún modo el cuerpo sin vida en un escrito también inerte, y continuamos. De hecho, en estas oportunidades, incluso podríamos llegar a preguntarnos si alguien leerá esas palabras que colocamos en el papel, o quedarán archivadas por siglos sin ser vistas.

 

Un recorrido en la escritura:

 

La segunda invocación, que como deslizaba recién, incluso puede nacer de la primera, podemos elegir oírla o no. Si lo hacemos, esa pregunta, nos envía a investigar -término que probablemente sea la otra cara de la moneda junto a escribir-. Forcemos la cuestión un tanto, posicionándola sobre el recorrido planteado por Copland:

1.      Generalmente, primero debemos circunscribirla, otorgarle una forma en palabras, ya que nada garantiza que se presente como articulada de tal modo. Sería así, el tema principal.

2.      No creo que en el contexto de escritura en nuestra Disciplina estemos compelidos a  ocuparnos de la cualidad afectiva que se suscita en el autor -es ésta una vertiente orientable, entiendo, a la supervisión o propio espacio terapéutico-.

Hay autores que lo hacen, proceden por ese sendero. Un ejemplo podría ser Edith Lecourt (2006), en su libro “El grito está siempre afinado”. Allí, sin realizar un mayor esfuerzo de lectura, hallamos innumerables referencias a la propia afectividad de la autora, que no aportan al texto, y probablemente tampoco a su trabajo clínico. De hecho, en lo que al escrito se refiere, y puede cualquiera ir a buscarlo, sólo portan cierto valor clínico los recortes de casos en los que transmite algún tipo de articulación entre: motivo de consulta, despliegue del paciente, contexto parental o familiar, y alguna clase de intervención.

Otro ejemplo que demuestra que este punto del recorrido de Copland no es aplicable a la escritura en Musicoterapia es una anécdota traída por Miller (1997, p.22): “… le preguntaron a Winnicott algo muy simple: ¿cuándo debemos enviar a un paciente al hospital psiquiátrico y cuándo podemos conservarlo? Después de pensárselo, Winnicott dio una respuesta (…): «Es fácil; si aborrece al paciente, envíelo al hospital psiquiátrico; en caso contrario, consérvelo.» Eso parece un chiste, pero no lo es. Es la consecuencia, digamos, de la posición ética, no sólo de Winnicott sino de aquellos que piensan que la contratransferencia debe ser operativa en la experiencia analítica.”

La afectividad de un autor, en este contexto, no conlleva valor a la obra, por el contrario, la inhibe o cercena en variados puntos ya que, aquello que se conoce como contratransferencia, ocupa desde la lógica psicoanalítico lacaniana, un sitio de resistencia por parte del analista (quizá musicoterapeuta también). De lo que se trata en nuestra escritura, es de un cifrado de hechos clínicos e hipótesis, y no de la transmisión de una experiencia -por demás intransmisible-. Una versión de esto último podemos hallarla en Banfi (2015), quien incluso promueve una suerte de narrativa poética como alternativa para decir aquello que no puede decirse con las palabras habituales: “… la lengua de la musicoterapia encuentra su felicidad en la poesía.” (p. 112)

3.      Seleccionar el medio que más conviene: invita a la reflexión acerca de las diversas modalidades de presentación de lo escrito, cada una con sus reglas intrínsecas, a las cuales el autor podrá buscar arrimarse, o no. Valgan de ejemplo las sugeridas por la  Revista Ecos para los tipos de artículo que recepcionan. De todos modos, también puede encontrar aquí el escritor enfoques diferentes, novedosos, tal como plantea Copland respecto al cuatro grupo de compositores de su clasificación: exploradores. (p. 43)

4.      Encontrar ideas, otros temas, en relación de analogía o contraste con el principal: para la escritura el autor se nutre de la emergencia de otras preguntas, solidarias a la cuestión central, que la focalizan, ramifican o vienen a ponerla en jaque, cuestionando su validez o formulación. A su vez, el hallazgo de otros temas, remite también a la apertura hacia otros dos puntos: la búsqueda de articulación entre la pregunta inicial y otros recortes tomados de la clínica que la suscita, por un lado; y la apelación a otros textos, versiones de algunos otros autores acerca de la cuestión, por otro lado. En este último punto, no existe el plagio, tal como se concibe en el contexto musical.

5.      Establecer puentes, soldaduras. Es esa la labor principal del escrito en Musicoterapia. Constituir nuevas redes de articulación, conceptuales, que permitan el desarrollo del conocimiento a la par del constante cuestionamiento, a sabiendas de que en este plano no nos toparemos con la grande ligne sino únicamente tal vez respecto a la buena forma del texto, a su legibilidad, ya que la cosa siempre cojea, por definición. Se cuenta aquí con las reglas de oro que menciona Duras: la ortografía y el sentido, aunque éste sea una referencia dinámica y no sólo susceptible de ser adscripta al autor.

 

Coda o epílogo

 

La escritura de textos musicoterapéuticos, tras esta breve analogía respecto a un posible método, no parece hallarse muy lejana de aquella actividad que relataba como tan habitual para nosotros, quienes antes que musicoterapeutas fuimos, y continuamos siendo, músicos. El tema principal, en el caso de la escritura, provendrá de la inversión de los vocablos que componen “Musicoterapia”. La pregunta, así advenga desde una escena estrictamente sonoro-musical, colocará por delante la “terapia”, al menos para aquellos que nos hallamos inmersos en la labor clínica.

Cabe preguntarse, aunque no me detendré aquí en ello específicamente, si la voz “terapia” es condescendiente con la posición desde la cual encaramos nuestra labor, dado que dicho vocablo centra su interés en la vía del yo, planteando una posible restitución -rehabilitatoria, reparadora- de tal instancia, que no es particularmente la versión que orienta cambio alguno en lo que hace a posición subjetiva. De todos modos, no es tiempo éste, probablemente, para intentar reemplazar los términos que componen la voz Musicoterapia, en un momento de difusión y auge, pero es un debate que no podemos ahorrarnos.

Por último, una cuestión interesante a mencionar es que ni en la obra musical ni en la escritura nos encontramos con un fenómeno de comunicación. Son análogas en ese punto. Como decimos habitualmente respecto a algunos casos clínicos, hay una suerte de “intencionalidad comunicativa”, un sentido -en tanto dirección, tal como lo plantea Idiart (2011)-, mas nada garantiza la llegada de un mensaje. Esto no se debe a que la obra nunca llegue a ser oída o leída por otro, sino por el hecho de que es justamente ese otro quien se verá compelido a interpretar, desde su escucha o lectura, a construir un rudimento de sentido posible (una significancia) que quizá poco tenga que ver con la aparente intención del compositor o escritor.

En definitiva, como decía en Lacan (citado en Peusner, 2011, p. 32) “Que se diga queda olvidado tras lo que se dice en lo que se escuchaentiende.”

 

 

Referencias bibliográficas   

 

Banfi, C. (2015) Musicoterapia. Acciones de un pensar estético. Lugar Editorial.

Barberis, M. (2010) El soportable horror de la música. Letra Viva.

Copland, A. (1994) Cómo escuchar la música. Fondo de Cultura Económica.

Duras, M. (1994) Escribir. Tusquets.

Idiart, G. (2011) La música como discurso sin palabras y sus consecuencias en la clínica de la psicosis. En Fridman, P. (compilador), Esto lo estoy tocando mañana. Grama.

Lecourt, E. (2006) El grito está siempre afinado. Lumen.

Miller, J. A. (1997) Introducción al método psicoanalítico. Eolia-Paidós.

Peusner, P. (2011) Fundamentos de la clínica psicoanalítica lacaniana con niños. Letra Viva.