En el contexto
de “aislamiento social” que actualmente atravesamos como consecuencia de la
pandemia por el COVID-19 ha surgido, de parte de algunos espacios de Salud
Mental en los que trabajo, la solicitud a los profesionales de que nos
comuniquemos por alguna vía posible con los padres de los pacientes que
concurren a tratamientos o a modalidades educativo-terapéuticas, insertas en el
área de discapacidad.
Una de las
premisas que se nos sugería era la de ofertar, en estos contactos a distancia, “indicaciones”, de un modo más general;
o “ejercicios”, de modo más ligado a la consecución de objetivos de orden
pedagógico, fonológico, etc. Frente a esto es que me convoco a poner en juego
una pregunta respecto a qué posición ocupamos respecto a esta oferta de
“indicaciones”.
Planteo dividir
las aguas -al menos en un principio- para bordear este interrogante: ¿qué lugar ocuparíamos de proferir
indicaciones a padres de pacientes que no nos las han solicitado de algún modo?
Una posición de Saber. Versión de certeza que no abrigaría más esperanzas que,
o caer en saco roto, o entrar en una puja con el discurso parental -con el
consiguiente riesgo de caer, justamente, en saco roto-.
Ahora bien, ¿qué lugar ocuparíamos de proferir
indicaciones a padres de pacientes que nos las han solicitado de algún modo?
Concibo que aquí se dividen nuevamente las aguas, abriendo espacio a una nueva
pregunta: ¿es esto, necesariamente, una convocatoria al Sujeto Supuesto Saber?
Creo que no, no alcanza. Es menester, entonces, intentar precisar la cualidad
de la solicitud.
Si se nos dirige
una pregunta, puede sopesarse que existe un mínimo vacío, una suerte de
resquebrajamiento, algo que no encaja; y esto puede suscitar a recurrir al terapeuta
en búsqueda de una oferta que permita obturar esa grieta recientemente acaecida
o avivada. En esta línea podría ubicar los pedidos por actividades (sean de
orden sonoro-musical en Musicoterapia, o de otro tipo respecto a variadas
disciplinas del abanico terapéutico) que mantengan al paciente ocupado,
entretenido o, en otras palabras, en una versión de ausencia en presencia: máscara
que no revele el efecto de desbarajuste de su presencia en el particular
momento de la economía libidinal del grupo familiar.
No es de
extrañar que, en este orden, muchas veces la pregunta ni siquiera nos llegue,
ya que el ejercicio de taponamiento puede estar tan aceitado dentro del
mecanismo familiar que rápidamente se generan los movimientos correspondientes
a mitigar cualquier tipo de vacío que conlleve angustia. Para ejemplificar,
puedo referir casos de jóvenes concurrentes a un C.E.T. que pasaban los fines
de semana enteros en su casa, dentro de su habitación, “escuchando” música de
la radio, sin alternancias de ofertas que excedieran los momentos de
alimentación y sueño; botón de muestra de una lógica de invisibilización.
Otra versión, no
muy alejada de esta línea, es la frecuente solicitud por indicaciones para
“trabajar en casa”, pasando el grupo parental a relevar el lugar otro del
terapeuta, manteniendo de este modo un barrera a la exogamia. Es una suerte de
pedido al modo de receta de un fármaco, cuya administración y dosis correrá,
finalmente, a criterio del grupo parental, desligándose de este modo de un
orden de implicancia estructural posible en la problemática del hijo.
Evaluemos ahora
otras posibles versiones: ¿hay, a partir
de ese resquebrajamiento que es condición de la pregunta, una apuesta al juego,
a la subjetividad del paciente -obstaculizada por algún factor particular-; o
se enlaza más con la subjetividad de los padres? Ambas vertientes, aunque muchas
veces en extremo imbricadas, nos conducen a un nuevo espacio de posibilidad, ya
que podrían señalar un no-saber hacer del grupo parental en relación al hijo.
Podemos allí
tomar, al menos, dos orientaciones: una, cercana a lo referido anteriormente,
es erigirnos como quienes sabemos qué y cómo hacer -postura que no hace más que
barrer con el vacío producido donde podría subvertirse algo del orden de la
posición subjetiva del paciente-; otra, es buscar sostener esa grieta,
ofreciendo un acompañamiento -sobre todo en lo que refiere a estos particulares
tiempos de “aislamiento”-, y otorgándole un estatuto de oportunidad
propiciatoria de una continuidad de lo elaborado en el espacio de consultorio.
Expongo algunos
breves recortes de intercambios sostenidos con padres de pacientes en este
contexto con la intención de ejemplificar algo de esta segunda orientación:
Caso N.: el padre
refiere que están bien, realizando la tarea que envía la escuela (sin marcar
dificultades en esto que es un frecuente punto de tensión entre ambos), viendo
películas, y realizando cada uno actividades por separado (video juegos,
escucha de música, lectura). Al cierre de la conversación señalo que practiquen
rudimentos. ¿A qué apunta este
señalamiento? Sin buscar exponer el caso en su totalidad, puedo marcar que
ambos comenzaron recientemente a estudiar batería -instrumento que toca el
padre desde hace mucho tiempo-, y que puede reunirlos en una actividad conjunta
(el tratamiento se orienta hacia ese punto, particularmente con hincapié en lo
musical como punto de posible convergencia). Si bien el compartir actividades
suele resultar complejo, en este caso busco orientar hacia el ejercicio de la
batería ya que la introducción de N. en las clases es por interés, y el del
padre es por carencias en la ejecución, es decir, por la vía de la falta.
Caso J.: la madre
refiere que extraña a sus pares, pero que se está comunicando con ellos vía
whatsapp. Marca que le regalaron para su cumpleaños una armónica y pasa largos
ratos tocando este instrumento o una suerte de batería mientras escucha sus
canciones. En este caso, la referencia musical es el punto de identificación
que orienta en gran parte su lazo social, motivo por el cual no acoto nada al
respecto, sólo me anoticio de que continúa operando en su despliegue. Frente a
esto, entonces, sólo señalo que acompañen a J. en el uso del celular. ¿A qué apunta este señalamiento? A
buscar acotar los efectos complejos para el devenir social que ha tenido,
tiempo atrás, un uso sin intermediación o acompañamiento de esta herramienta,
por medio de la cual solicitó fotos sin ropa a sus compañeras y agredió
verbalmente a otros pares. La intervención apunta también a buscar acotar,
mediante la apelación a la figura de su padre, el despliegue en relación al
otro sexo, frente a cuyo encuentro, tiempo atrás, se produjo un
desencadenamiento de su psicosis.
Caso M.: la madre
refiere la marcada dificultad para convocarlo a hacer las tareas que le envían
desde la escuela especial en la que comenzó breves días atrás en un nuevo
ciclo; a la vez que marca que pasa largos períodos bailando al ritmo de
canciones infantiles y cantando. Le señalo, entonces, la posibilidad de
proponerle en primer lugar la tarea de la asignatura música, y de apuntalar la
lectura de los cuentos que le enviaron mediante el recurso al audio y video de
internet. ¿A qué apunta este
señalamiento? En este caso, la vía de lo sonoro-musical es aquella por el
niño privilegiada para establecer lazo con el contexto, a partir de ella ha
comenzado a surgir la palabra para nominar objetos, personajes y escenas. Es, a
su vez, una herramienta que permite una circulación de la demanda del Otro de
un modo más camuflado, tornándose así tolerable para el sujeto, quien sino no
hace más que rechazarla manteniéndose al margen. Desde allí, entonces, lo que
se plantea a la madre es otorgarle el estatuto que merece en este caso, lo cual
trae a colación algunas elaboraciones de ella al respecto y la convocatoria a
entrevista una vez que esto sea posible por el contexto.
Caso L.: la madre
refiere que el niño no está pasando bien estos días de confinamiento, que se ha
lastimado y que deben “estar corriendo atrás de él todo el tiempo”. Solicita
sugerencias de qué hacer respecto al campo musical. Le marco que se plantee la
propuesta de dos espacios diarios de “juego musical”, uno compartido con los
padres y otro íntimo, privado, sólo para L. Que busquen guardar todos los
instrumentos que posee en un mismo lugar y que estos puedan aparecer, y
finalmente ser guardados. ¿A qué apunta
este señalamiento? La vía de lo sonoro-musical, en este caso, resulta
altamente convocante para el niño, pero dadas sus particularidades subjetivas,
se torna de modo veloz en un objeto intrusivo, frente al cual queda sin mayores
amparos que el retorno al propio cuerpo, mediante autolesiones o un desenlace
del Otro, como vía fallida de elaboración. A partir de lo sonoro-musical ha
comenzado a bordear elementos del orden de la oralidad, a emerger la palabra, a
poner en juego la presencia-ausencia de objetos (incluso restarse él mismo de
la mirada del Otro), y a sorprender a su grupo parental. Frente a este
conglomerado de elementos, lo menester es recortar la presencia de este objeto,
enmarcarla; del mismo modo que enmarcar la presencia de los padres en relación
a la puesta en juego de este objeto, motivo por el cual se sugiere dos
espacios.
A partir de
estos recortes podemos preguntarnos: ¿hay,
del lado del terapeuta, algún saber puesto en juego? Creo que la respuesta
es sí, pero se trata de un saber que surge del enlace de la escucha del
despliegue del paciente en relación con el discurso parental, un saber que fue
y va construyéndose y cuestionándose en una particular dirección a la cura.
Esto, se distancia de operar como un Saber completo, un todo-Saber, que
trastoca las posiciones de sujeto y objeto en el trabajo clínico. No es un
Saber de la patología, de la generalización, de la discapacidad, etc. Ni
siquiera un saber hacer en relación a un sujeto en particular.
Es una puesta
que juego que busca sostener la grieta referida como necesaria para el
direccionamiento de una pregunta que convoque al Sujeto Supuesto Saber, a la
transferencia, como modo de elaboración y subversión de aquellas posiciones
subjetivas que acarrean un padecimiento, cuya presencia es lo que nos habilita
a intervenir.
Es, entonces, un
saber que, como una pregunta o una reflexión, cojea. Concibo que es desde esta
posición desde donde pueden llevarse a cabo indicaciones o señalamientos, en
este caso telefónicas, para aquellos que dejan un resquicio para la pregunta.
Indicaciones que han sido, casualmente, orientadas al moldeado de una distancia
-particular para cada sujeto- en un contexto de aislamiento que resalta la
presencia extrema de lo familiar, lo endogámico; punto que muchas veces opera
como ominoso.